El tañido de campanas de nuestra parroquia.
Una sencilla reflexión desde el confinamiento para la familia parroquial y animando a que quienquiera lo haga también, desde su propia vivencia, personal o familiar para que, preservando la intimidad y el anonimato, vivir la solidaridad con los demás. Por aquello de que la caridad empieza por los vecinos más próximos.
En primer lugar deseo agradecer a nuestro párroco don Miguel y a su vicario don Rubén (curándose de las consecuencias de la cuarentena) la buena idea y entrega de buenos Pastores, de mantenernos activos espiritualmente, quizá más que ninguna Cuaresma de nuestra vida, mediante la retransmisión diaria de la Misa con el tañido de campanas en el momento de la Consagración, que nos alegra sabiendo que Dios baja cada día sobre Zizur y se queda con nosotros, cumpliendo lo que Le pidieron los discípulos de Emaús. Es un gran consuelo escuchar de par de mañana, en torno a las 9,15, ese familiar sonido que ahora resuena más por el silencio callejero. Quizá a los que somos de pueblo, nos ha recordado ese tañido tan familiar de la parroquia para recordar la celebración de la Misa u otros por defunciones. Pero la campana nos vuelve a reunir virtualmente junto a la Madre, a la hora entrañable del Ángelus. Los tañidos nos convocan para la Bendición con el Santísimo tras el rosario de la tarde. ¡Muchas gracias al pequeño equipo que hacéis posible esa retransmisión y el toque de campanas!
Seguramente -pienso que es una experiencia común- estamos interiorizando nuestra Fe más que nunca al no poder asistir a la parroquia, aunque siga abierta para quien desee acercarse a rezar por su cuenta. Y a solidarizarnos más con los feligreses de Zizur, especialmente los afectados por la pandemia, nuestros mayores o delicados de salud y con corazón grande y universal, por todos los fallecidos en España y en tantos países, sus familias y los hospitalizados. Por poner una nota de humor en medio de la tragedia, la noticia de ayer en el telediario de que una señora de Biescas de 100 años, que cumplió los 101 internada por el Covid19, fue dada de alta ayer. Y hoy otra de 96. Ambas nos invitan al optimismo y la esperanza -en medio de tanta tragedia- de que no hay edades más vulnerables, sino personas con más o menos patologías.
Y nunca mejor valorada la virtud de la Esperanza, -la palabra más repetida por los Pastores de la Iglesia y por nosotros mismos como creyentes, al tener que alentar a familiares y amigos, en estas semanas de confinamiento- que precisamente coincide con la advocación de nuestra parroquia. Sin duda, una
señal externa que nos recuerda que, pase lo que pase, Nuestra Señora de la Esperanza siempre está ahí acogiéndonos y poniéndonos bajo su manto maternal. Un tiempo extraño y precioso simultáneamente. El Covid19 es un microbio que nos ha hecho polvo. Quizá ahora hemos comprobado más evidente que nunca, el rito de imposición de la ceniza el pasado, y aún reciente, miércoles de ceniza: “Polvo eres y en polvo te convertirás”.
Algo importante cambiará -sin duda- en nuestras vidas tras la pandemia: un mundo en regreso hacia Dios, más esperanzado, menos autosuficiente y más solidario. También la preciosa oración del papa Francisco el pasado viernes 27 de marzo en la plaza de san Pedro, en un escenario nunca visto con una plaza vacía, lloviendo, y subiendo, solo y cojeando, las escalinatas hasta el vestíbulo de entrada y el impresionante texto de su petición, nos traerán deseos de hacer algo más por la evangelización de nuestras familias -iglesias domésticas según san Juan Pablo II- y de implicarnos en nuestra parroquia o UAP como laicos responsables de que la Iglesia somos y la hacemos todos. Así “contagiaremos” (ahora que conocemos muy bien la fácil expansión del coronavirus, pero esta vez para bien) la alegría del evangelio a los habitantes de Zizur y en nuestras respectivas áreas profesionales o sociales.
Hoy los creyentes tenemos algo importante que transmitir: cómo se puede vivir la Fe en tiempos de pandemia, no solo sin que disminuya por los obstáculos externos, sino que resulte fortalecida ante la ausencia de sacramentos, aunque hayamos suplido con las indicaciones dadas.
El tañido de campanas diario resonará en nuestro interior como un sonido familiar que nos convoca a ser una iglesia en salida misionera y solidaria con los más vulnerables sean estos de tipo físico, existencial, por edad, discapacidad o necesidad material, sin tener que alejarnos de nuestro municipio. Dios nos espera in situ. Esta es nuestra Calcuta.
Una parroquiana.